Las selvas conmoviera,
las fieras alimañas, como Orfeo,
si ya mi canto fuera
igual a mi deseo,
cantando el nombre santo Zebedeo;
y fueran sus hazañas
por mí con voz eterna celebradas,
por quien son las Españas
del yugo desatadas
del bárbaro furor, y libertadas;
y aquella Nao dichosa,
del cielo esclarecer merecedora,
que joya tan preciosa
nos trujo, fuera agora
cantada del que en Citia y Cairo mora.
Osa el cruel tirano
ensangrentar en ti su injusta espada;
no fue consejo humano;
estaba a ti ordenada
la primera corona, y consagrada.
La fe que a Cristo diste
con presta diligencia has ya cumplido;
de su cáliz bebiste,
apenas que subido
al cielo retornó, de ti partido.
No sufre larga ausencia,
no sufre, no, el amor que es verdadero;
la muerte y su inclemencia
tiene por muy ligero
medio por ver al dulce campanero.
[¡Oh viva fe constante!
¡oh verdadero pecho, amor crecido!
un punto de su amante
no vive dividido;
síguele por los pasos que había ido.]
Cual suele el fiel sirviente,
si en medio la jornada le han dejado,
que, haciendo prestamente
lo que le fue mandado,
torna buscando al amo ya alejado,
ansí, entregado al viento,
del mar Egeo al mar de Atlante vuela
do, puesto el fundamento
de la cristiana escuela,
torna buscando a Cristo a remo y vela.
Allí por la maldita
mano el sagrado cuello fue cortado:
¡camina en paz, bendita
alma, que ya has llegado
al término por ti tan deseado!
A España, a quien amaste
(que siempre al buen principio el fin responde),
tu cuerpo le inviaste
para dar luz adonde
el sol su claridad cubre y esconde;
por los tendidos mares
la rica navecilla va cortando;
Nereidas a millares
del agua el pecho alzando,
turbadas entre sí la van mirando;
y dellas hubo alguna
que, con las manos de la nave asida,
la aguija con la una
y con la otra tendida
a las demás que lleguen las convida.
Ya pasa del Egeo,
y vuela por el Jonio; atrás ya deja
el puerto Lilibeo;
de Córcega se aleja
y por llegar al nuestro mar se aqueja.
Esfuerza, viento, esfuerza;
hinche la santa vela, enviste en popa;
el curso haz que no tuerza,
do Abila casi topa
con Calpe, hasta llegar al fin de Europa.
Y tú, España, segura
del mal y cautiverio que te espera,
con fe y voluntad pura
ocupa la ribera:
recebirás tu guarda verdadera;
que tiempo será cuando,
de innumerables huestes rodeada,
del cetro real y mando
te verás derrocada,
en sangre, en llanto y en dolor bañada.
De hacia el Mediodía
oye que ya la voz amarga suena;
la mar de Berbería
de flotas veo llena;
hierve la costa en gente, en sol la arena;
con voluntad conforme
las proas contra ti se dan al viento,
y con clamor deforme
de pavoroso acento
avivan de remar el movimiento;
y la infernal Meguera,
la frente de ponzoña coronada,
guía la delantera
de la morisca armada,
de fuego, de furor, de muerte armada.
Cielos, so cuyo amparo
España está: ¡merced en tanta afrenta!
Si ya este suelo caro
os fue, nunca consienta
vuestra piedad que mal tan crudo sienta.
Mas, ¡ay!, que la sentencia
en tabla de diamante está esculpida;
del Godo la potencia
por el suelo caída,
España en breve tiempo es destruida.
¿Cuál río caudaloso,
que los opuestos muelles ha rompido
con sonido espantoso,
por los campos tendido
tan, presto y tan feroz jamás se vido?
Mas cese el triste llanto,
recobre el Español su bravo pecho;
que ya el Apóstol santo,
un otro Marte hecho,
del cielo viene a dalle su derecho:
vesle de limpio acero
cercado, y con espada relumbrante;
como rayo, ligero,
cuanto le va delante
destroza y desbarata en un instante;
de grave espanto herido,
los rayos de su vista no sostiene
el Moro descreído;
por valiente se tiene
cualquier que para huir ánimo tiene.
Huye, si puedes tanto;
huye, mas por demás, que no hay huida;
bebe dolor y llanto
por la mesma medida
con que ya España fue de ti medida.
Como león hambriento,
sigue, teñida en sangre espada y mano,
de más sangre sediento,
al Moro que huye en vano;
de muertos queda lleno el monte, el llano.
¡Oh gloria, oh gran prez nuestra,
escudo fiel, oh celestial guerrero!
vencido ya se muestra
el Africano fiero
por ti, tan orgulloso de primero;
por ti del vituperio,
por ti de la afrentosa servidumbre
y triste cautiverio
libres, en clara lumbre
y de la gloria estamos en la cumbre.
Siempre venció tu espada,
o fuese de tu mano poderosa,
o fuese meneada
de aquella generosa,
que sigue tu milicia religiosa.
[Las enemigas haces
no sufren de tu nombre el apellido;
con sólo aquesto haces
que el Español oído
sea, y de un polo a otro tan temido.]
De tu virtud divina
la fama, que resuena en toda parte,
siquiera sea vecina,
siquiera más se aparte,
a la gente conduce a visitarte.
El áspero camino
vence con devoción, y al fin te adora
el Franco, el peregrino
que Libia descolora,
el que en Poniente, el que en Levante mora.
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