jueves, 6 de noviembre de 2008

ODA XV - A DON PEDRO PORTOCARRERO

No siempre es poderosa,

Carrero, la maldad, ni siempre atina

la envidia ponzoñosa,

y la fuerza sin ley que más se empina

al fin la frente inclina;

que quien se opone al cielo,

cuando más alto sube, viene al suelo.



Testigo es manifiesto

el parto de la Tierra mal osado,

que, cuando tuvo puesto

un monte encima de otro, y levantado,

al hondo derrocado,

sin esperanza gime

debajo su edificio que le oprime.



Si ya la niebla fría

al rayo que amanece odiosa ofende

y contra el claro día

las alas oscurísimas estiende,

no alcanza lo que emprende,

al fin y desparece,

y el sol puro en el cielo resplandece.



No pudo ser vencida,

ni la será jamás, ni la llaneza

ni la inocente vida

ni la fe sin error ni la pureza,

por más que la fiereza

del Tigre ciña un lado,

y el otro el Basilisco emponzoñado;



por más que se conjuren

el odio y el poder y el falso engaño,

y ciegos de ira apuren

lo propio y lo diverso, ajeno, estraño,

jamás le harán daño;

antes, cual fino oro,

recobra del crisol nuevo tesoro.



El ánimo constante,

armado de verdad, mil aceradas,

mil puntas de diamante

embota y enflaquece y, desplegadas

las fuerzas encerradas,

sobre el opuesto bando

con poderoso pie se ensalza hollando;



y con cien voces suena

la Fama, que a la Sierpe, al Tigre fiero

vencidos los condena

a daño no jamás perecedero;

y, con vuelo ligero

veniendo, la Vitoria

corona al vencedor de gozo y gloria.

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