jueves, 6 de noviembre de 2008

ODA XX - A SANTIAGO

Las selvas conmoviera,

las fieras alimañas, como Orfeo,

si ya mi canto fuera

igual a mi deseo,

cantando el nombre santo Zebedeo;



y fueran sus hazañas

por mí con voz eterna celebradas,

por quien son las Españas

del yugo desatadas

del bárbaro furor, y libertadas;



y aquella Nao dichosa,

del cielo esclarecer merecedora,

que joya tan preciosa

nos trujo, fuera agora

cantada del que en Citia y Cairo mora.



Osa el cruel tirano

ensangrentar en ti su injusta espada;

no fue consejo humano;

estaba a ti ordenada

la primera corona, y consagrada.



La fe que a Cristo diste

con presta diligencia has ya cumplido;

de su cáliz bebiste,

apenas que subido

al cielo retornó, de ti partido.



No sufre larga ausencia,

no sufre, no, el amor que es verdadero;

la muerte y su inclemencia

tiene por muy ligero

medio por ver al dulce campanero.



[¡Oh viva fe constante!

¡oh verdadero pecho, amor crecido!

un punto de su amante

no vive dividido;

síguele por los pasos que había ido.]



Cual suele el fiel sirviente,

si en medio la jornada le han dejado,

que, haciendo prestamente

lo que le fue mandado,

torna buscando al amo ya alejado,



ansí, entregado al viento,

del mar Egeo al mar de Atlante vuela

do, puesto el fundamento

de la cristiana escuela,

torna buscando a Cristo a remo y vela.



Allí por la maldita

mano el sagrado cuello fue cortado:

¡camina en paz, bendita

alma, que ya has llegado

al término por ti tan deseado!



A España, a quien amaste

(que siempre al buen principio el fin responde),

tu cuerpo le inviaste

para dar luz adonde

el sol su claridad cubre y esconde;



por los tendidos mares

la rica navecilla va cortando;

Nereidas a millares

del agua el pecho alzando,

turbadas entre sí la van mirando;



y dellas hubo alguna

que, con las manos de la nave asida,

la aguija con la una

y con la otra tendida

a las demás que lleguen las convida.



Ya pasa del Egeo,

y vuela por el Jonio; atrás ya deja

el puerto Lilibeo;

de Córcega se aleja

y por llegar al nuestro mar se aqueja.



Esfuerza, viento, esfuerza;

hinche la santa vela, enviste en popa;

el curso haz que no tuerza,

do Abila casi topa

con Calpe, hasta llegar al fin de Europa.



Y tú, España, segura

del mal y cautiverio que te espera,

con fe y voluntad pura

ocupa la ribera:

recebirás tu guarda verdadera;



que tiempo será cuando,

de innumerables huestes rodeada,

del cetro real y mando

te verás derrocada,

en sangre, en llanto y en dolor bañada.



De hacia el Mediodía

oye que ya la voz amarga suena;

la mar de Berbería

de flotas veo llena;

hierve la costa en gente, en sol la arena;



con voluntad conforme

las proas contra ti se dan al viento,

y con clamor deforme

de pavoroso acento

avivan de remar el movimiento;



y la infernal Meguera,

la frente de ponzoña coronada,

guía la delantera

de la morisca armada,

de fuego, de furor, de muerte armada.



Cielos, so cuyo amparo

España está: ¡merced en tanta afrenta!

Si ya este suelo caro

os fue, nunca consienta

vuestra piedad que mal tan crudo sienta.



Mas, ¡ay!, que la sentencia

en tabla de diamante está esculpida;

del Godo la potencia

por el suelo caída,

España en breve tiempo es destruida.



¿Cuál río caudaloso,

que los opuestos muelles ha rompido

con sonido espantoso,

por los campos tendido

tan, presto y tan feroz jamás se vido?



Mas cese el triste llanto,

recobre el Español su bravo pecho;

que ya el Apóstol santo,

un otro Marte hecho,

del cielo viene a dalle su derecho:



vesle de limpio acero

cercado, y con espada relumbrante;

como rayo, ligero,

cuanto le va delante

destroza y desbarata en un instante;



de grave espanto herido,

los rayos de su vista no sostiene

el Moro descreído;

por valiente se tiene

cualquier que para huir ánimo tiene.



Huye, si puedes tanto;

huye, mas por demás, que no hay huida;

bebe dolor y llanto

por la mesma medida

con que ya España fue de ti medida.



Como león hambriento,

sigue, teñida en sangre espada y mano,

de más sangre sediento,

al Moro que huye en vano;

de muertos queda lleno el monte, el llano.



¡Oh gloria, oh gran prez nuestra,

escudo fiel, oh celestial guerrero!

vencido ya se muestra

el Africano fiero

por ti, tan orgulloso de primero;



por ti del vituperio,

por ti de la afrentosa servidumbre

y triste cautiverio

libres, en clara lumbre

y de la gloria estamos en la cumbre.



Siempre venció tu espada,

o fuese de tu mano poderosa,

o fuese meneada

de aquella generosa,

que sigue tu milicia religiosa.



[Las enemigas haces

no sufren de tu nombre el apellido;

con sólo aquesto haces

que el Español oído

sea, y de un polo a otro tan temido.]



De tu virtud divina

la fama, que resuena en toda parte,

siquiera sea vecina,

siquiera más se aparte,

a la gente conduce a visitarte.



El áspero camino

vence con devoción, y al fin te adora

el Franco, el peregrino

que Libia descolora,

el que en Poniente, el que en Levante mora.

ODA VII - PROFECIA DEL TAJO

Folgaba el Rey Rodrigo

con la hermosa Cava en la ribera

del Tajo, sin testigo;

el río sacó fuera

el pecho, y le habló desta manera:



«En mal punto te goces,

injusto forzador; que ya el sonido

oyo, ya y las voces,

las armas y el bramido

de Marte, de furor y ardor ceñido.



¡Ay! esa tu alegría

qué llantos acarrea, y esa hermosa,

que vio el sol en mal día,

a España ¡ay cuán llorosa!,

y al cetro de los Godos ¡cuán costosa!



Llamas, dolores, guerras,

muertes, asolamientos, fieros males

entre tus brazos cierras,

trabajos inmortales

a ti y a tus vasallos naturales;



a los que en Constantina

rompen el fértil suelo, a los que baña

el Ebro, a la vecina

Sansueña, a Lusitaña:

a toda la espaciosa y triste España.



Ya dende Cádiz llama

el injuriado Conde, a la venganza

atento y no a la fama,

la bárbara pujanza,

en quien para tu daño no hay tardanza.



Oye que al cielo toca

con temeroso son la trompa fiera,

que en África convoca

el moro a la bandera

que al aire desplegada va ligera.



La lanza ya blandea

el árabe crüel, y hiere el viento,

llamando a la pelea;

innumerable cuento

de escuadras juntas veo en un momento.



Cubre la gente el suelo,

debajo de las velas desparece

la mar; la voz al cielo

confusa y varia crece;

el polvo roba el día y le escurece.



¡Ay!, que ya presurosos

suben las largas naves. ¡Ay!, que tienden

los brazos vigorosos

a los remos, y encienden

las mares espumosas por do hienden.



El Éolo derecho

hinche la vela en popa, y larga entrada

por el Hercúleo Estrecho

con la punta acerada

el gran padre Neptuno da a la armada.



¡Ay, triste! ¿y aun te tiene

el mal dulce regazo? ¿Ni llamado

al mal que sobreviene,

no acorres? ¿Ocupado,

no ves ya el puerto a Hércules sagrado?



Acude, acorre, vuela,

traspasa la alta sierra, ocupa el llano;

no perdones la espuela,

no des paz a la mano,

menea fulminando el hierro insano.»



¡Ay, cuánto de fatiga,

ay, cuánto de sudor está presente

al que viste loriga,

al infante valiente,

a hombres y a caballos juntamente!



Y tú, Betis divino,

de sangre ajena y tuya amancillado,

darás al mar vecino

¡cuánto yelmo quebrado,

cuánto cuerpo de nobles destrozado!



El furibundo Marte

cinco luces las haces desordena,

igual a cada parte;

la sexta, ¡ay!, te condena,

¡oh, cara patria!, a bárbara cadena.

ODA XV - A DON PEDRO PORTOCARRERO

No siempre es poderosa,

Carrero, la maldad, ni siempre atina

la envidia ponzoñosa,

y la fuerza sin ley que más se empina

al fin la frente inclina;

que quien se opone al cielo,

cuando más alto sube, viene al suelo.



Testigo es manifiesto

el parto de la Tierra mal osado,

que, cuando tuvo puesto

un monte encima de otro, y levantado,

al hondo derrocado,

sin esperanza gime

debajo su edificio que le oprime.



Si ya la niebla fría

al rayo que amanece odiosa ofende

y contra el claro día

las alas oscurísimas estiende,

no alcanza lo que emprende,

al fin y desparece,

y el sol puro en el cielo resplandece.



No pudo ser vencida,

ni la será jamás, ni la llaneza

ni la inocente vida

ni la fe sin error ni la pureza,

por más que la fiereza

del Tigre ciña un lado,

y el otro el Basilisco emponzoñado;



por más que se conjuren

el odio y el poder y el falso engaño,

y ciegos de ira apuren

lo propio y lo diverso, ajeno, estraño,

jamás le harán daño;

antes, cual fino oro,

recobra del crisol nuevo tesoro.



El ánimo constante,

armado de verdad, mil aceradas,

mil puntas de diamante

embota y enflaquece y, desplegadas

las fuerzas encerradas,

sobre el opuesto bando

con poderoso pie se ensalza hollando;



y con cien voces suena

la Fama, que a la Sierpe, al Tigre fiero

vencidos los condena

a daño no jamás perecedero;

y, con vuelo ligero

veniendo, la Vitoria

corona al vencedor de gozo y gloria.

ODA II - A DON PEDRO PORTOCARRERO

Virtud, hija del cielo,

la más ilustre empresa de la vida,

en el escuro suelo

luz tarde conocida,

senda que guía al bien, poco seguida;



tú dende la hoguera

al cielo levantaste al fuerte Alcides,

tú en la más alta esfera

con las estrellas mides

al Cid, clara victoria de mil lides.



Por ti el paso desvía

de la profunda noche, y resplandece

muy más que el claro día

de Leda el parto, y crece

el Córdoba a las nubes, y florece;



y por su senda agora

traspasa luengo espacio con ligero

pie y ala voladora

el gran Portocarrero,

osado de ocupar el bien primero.



Del vulgo se descuesta,

hollando sobre el oro; firme aspira

a lo alto de la cuesta;

ni violencia de ira,

ni blando y dulce engaño le retira.



Ni mueve más ligera,

ni más igual divide por derecha

el aire, y fiel carrera,

o la traciana flecha

o la bola tudesca un fuego hecha.



En pueblo inculto y duro

induce poderoso igual costumbre

y, do se muestra escuro

el cielo, enciende lumbre,

valiente a ilustrar más alta cumbre.



Dichosos los que baña

el Miño, los que el mar monstruoso cierra,

dende la fiel montaña

hasta el fin de la tierra,

los que desprecia de Eume la alta sierra.